Mar adentro

Criticas

Me niego al amor porque no puedo amar. ¿Por qué morir? La vida para mí, en este estado, no es digna." Ramón Sampedro precisaba ayuda ajena para morir. No podía suicidarse, pero era una idea que le rondaba y taladraba la cabeza en su cama en Galicia desde que, veintisiete años atrás, había quedado tetrapléjico.
Mar adentro es la multipremiada película de Alejandro Amenábar, quien después del éxito internacional de Los otros, con Nicole Kidman, podría haber filmado lo que quisiera, donde se le antojara y con quien deseara.
Y resulta que lo hizo.
El mar significa mucho para Ramón. Mucho.
"Yo miro hacia el futuro. ¿Y qué es el futuro? La muerte." Lo dice Sampedro, pero podría afirmarlo cualquiera de nosotros. Lo único es que él quiere adelantarse un poquito.
La historia real de Sampedro, un mecánico de barcos que gracias a su trabajo dio la vuelta al mundo, quien finalmente tuvo un suicidio asistido pese a que la Justicia le había negado el derecho a quitarse la vida, fue un hecho que conmovió hace años a España y al mundo. Amenábar no hace un elogio de la eutanasia, pero marca con claridad su parecer. Cada uno es libre de hacer con su vida lo que quiera, y se encarga de remarcarlo, en boca del propio personaje: "No hablo de los tetrapléjicos, solo de Ramón Sampedro".
Amenábar vuelve a trabajar con su coguionista Mateo Gil, con quien había escrito Tesis y Abre los ojos antes de contar con el apoyo como productor de Tom Cruise en Los otros. Y, en la comparación, la mano de Gil se nota en la construcción de las situaciones, más que en los climas. Sampedro es un seductor en buena ley con todas las mujeres que se cruzan por el cuadro de la cámara. Desde Julia (Belén Rueda), la abogada que lo ayuda a presentarse ante la Corte, y que sufre una enfermedad degenerativa, hasta Rosa (Lola Dueñas), la mujer que se acerca por compasión, primero, y por amor después, hasta llegar a Manuela, su cuñada (Mabel Rivera), quien lo lava, le cambia la sonda y de posición en la cama cada tres horas.
"La persona que me ame será la que me ayude a morir", anuncia el protagonista. "Una vida que elimina la vida no es vida", le dice un cura parapléjico. "Una vida que elimina la libertad de la vida, tampoco", le responde.
Que Sampedro sea un Javier Bardem postrado, que puede actuar sólo con la mirada y la boca, en una transformación física que impresiona, es uno de los motivos por los que Mar adentro conmueve, sacude. "Cuando dependes de los otros, pierdes tu identidad", asegura Sampedro. ¿Acaso su afirmación no es atribuible a otras personas, sin problemas de salud?
Amenábar, nacido en Chile y criado en España, encaró también la producción, el montaje y la banda de sonido del filme. Como músico es amigo, allí donde no haría falta, de movimientos operísticos para resaltar intensidades emotivas ya de por sí elocuentes. Los apuntes de Nessun Dorma, de Turandot, de Puccini, en la escena más poética del filme, aquélla que podrá arrancar lágrimas a los espíritus más sensibilizados por la historia, es otra marca en el estilo de Amenábar, algo que pudo dejar de lado. Lo mismo que cierta actitud que le obliga a hacer al sobrino de Ramón, como si el personaje fuera un niño en vez de un adolescente.
En la película queda claro que la vida es como esa línea de agua que nunca se acaba al divisarla: el mar. Algunos se inundan, otros, se ahogan. Y hay quienes ni se mojan los pies.
Ya saben qué tipo de hombre fue Ramón Sampedro.
Por Pablo O. Scholz
03/02/04
Clarín: Muy Buena
La Nación: Buena